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A B C literario 26 de septiembre de 1997 Ensayo El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstoi William L. Shirer Traduc. de Carlos Manzano. Anaya M. Muchnik. Madrid, 1997. 391 páginas Los vikingos Scarface Javier Coma Dirigido por. Barcelona, 1997 142 páginas, 800 pesetas E L norteamericano Shirer, autor de grandes síntesis históricas como la justamente famosa sobre el Tercer Reich, se dedicó también a microtemas como en este libro sobre el matrimonio de Tolstoi, al que dedicó sus últimos años. Cuando murió en 1993, casi nonagenario, acababa de concluir este formidable estudio, de lectura apasionante, acerca de la vida privada del genial novelista. Relativamente privada, porque tanto Tolstoi como su esposa emborronaron muchísimo papel escribiendo diarios íntimos que a menudo sirvieron como armas mortíferas en sus cruentas pugnas conyugales; y la mayor preocupación de ambos fue que no se perdieran, es decir, que tuviesen lectores, o sea, que se quiso que todo eso fuera más allá del ámbito de la familia. El hecho es que las incontables anotaciones cotidianas de los dos a lo largo de tanto tiempo (los diarios del escritor abarcan sesenta y tres años, los de ella cuarenta y ocho) proporcionan un conocimiento íntimo de los personajes que raras veces puede conseguir un biógrafo. Shirer ha contado, pues, con un material valiosísimo, pero además ha sabido manejarlo con delicadeza y perspicacia, sin extraviarse en este laberinto de enconadas pasiones entre marido y mujer. El conde y la condesa Tolstoi eran explosivos, extremosos y diríase que no poco exhibicionistas de sus sentimientos más hondos, al menos con la pluma en la mano; son cambiantes y contradictorios, tan pronto feroces como angélicos, con esa movilidad pasional que tienen los héroes de las novelas rusas, amando u odiando, llorando o riendo en los momentos más inesperados, y con mudanzas muy rápidas. Es el viejo cliché del alma eslava que lo explica todo sin explicar grandes cosas, pero lo cierto es que la literatura de este país y también, claro, en la sicología de sus gentes, todo parece vivirse con un frenesí muy peculiar. Y la historia de este matrimonio, que duró casi medio siglo y que tuvo tiene el aire de una gran dama. Shirer resume su dolorosa convivencia en la fórmula amor y odio con alternancias de felicidad, repudio, gratitud, éxtasis, rencor; una relación larguísima y borrascosa que se ha reconstruido con la ayuda de los cuadernos en los que los dos vertían sus impresiones y emociones con una sinceridad estridente que es imposible no ver como la novela secreta del gran novelista. Nunca fue un matrimonio aburrido, ya desde el noviazgo y la misma boda (que se refleja en Levin y Kitty de Ana Karenina ella, consciente, según sus mismas palabras, de ser la esposa de un genio le ayudaba, L copiaba sus manuscritos (los de Guerra y paz siete veces) le aconsejaba, pero siempre hubo tremendos conflictos; hasta que la llamada conversión de Tolstoi, que le hizo renunciar a la literatura par predicar una especie de cristianismo silvestre inventado por él, hizo de Yásnaia Poliana un infierno. Se mezclaron en el drama admiradores intrigantes, como el turbio Chertkov, los hijos intervinieron también, y las riñas, Formidable estudio sobre la vida los celos, la incomprensión muprivada del novelista. Relativamente tua- en la que la responsabilidad del escritor parece abrumadora, privada, porqvLe Tolstoi y su esposa con sus buenas intenciones, su emborronaron muchisimo papel fanatismo brutal y su mal carácter- degeneraron en una lucha a escribiendo diarios íntimos que muerte según frase de Tolstoi sirvieron comn armas mortíferas refiriéndose a su esposa. en sus cruentas pugnas conyugales En 1910, persiguiendo desesperadamente unos ideales que él había sido incapaz de poner en práctica en su vida, Tolstoi huyó de su casa y fue a morir en la estación ferroviaria de la pobre aldea de Astátrece hijos, diez de ellos supervivientes, es povo; en una borrosa foto, Sonia Tolstaia se como una novela asombrosa en la que no falpone de puntillas intentando ver por una ventan episodios grotescos y hasta bufos. tana a su marido agonizante, en cuya alcoba En una fotografía vemos a dos ancianos. Él no le permitían entrar. Es la última imagen, con la cara arrugada, bastante calvo, con una humilde, significativa y patética, en último térbarba blanca y esponjosa, el gesto adusto; mino de amor, aunque correspondido de una ella con moño y mejor vestida, guardando más forma incongruente, de este matrimonio que las formas sociales, sonríe y aprieta con su ha contado muy bien para nosotros Shirer. mano la de su marido. Extraña pareja en la que el aristócrata es el que se empeña en paCarlos PUJOL recer un mujik, y la plebeya consorte la que 20 A colección Programa doble cuya entrega número 22 es el objeto de este comentario, supone un hecho cultural tan insólito y audaz como atractivo e interesante para quienes amamos el cine. Cada uno de los libros estudia monográficamente dos películas célebres, de aquellas que podíamos ver cuando éramos pequeños en gloriosa sesión continua y de las que se alimentaron nuestros mejores sueños de niñez y de adolescencia. Javier Coma había ya aportado a la serie otros dos programas dobles, el formado por Centauros del desierto de John Ford, y Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen, y el compuesto por Lo que el viento se llevó de Víctor Fleming, y Robín de los bosques de iVlichael Curtiz y William Keighley. Los estudios correspondientes a Los vikingos y Scarface tienen en común el planteamiento del problema de la autoría cinematográfica: en ambos filmes intervinieron de manera muy señalada diversas personalidades creativas además de los directores. Las dos películas constituyen auténticos hitos en sus géneros, el cine de aventuras y el cine negro. Los vikingos (1958) fue producida por uno de sus protagonistas, Kirk Douglas, al frente de Bryna Productions y con destino a United Artists. Rodada en los fiordos noruegos, las costas de Bretaña y unos estudios muniqueses, su director, Richard Fletscher, logró hacer de la cinta un filme realista y violento, pero sin renunciar a la fantasía y a una carga poética considerable. Junto a Douglas y Fleischer, sobresalen en la película las aportaciones de C. Willingham (guionista) J. Cardiff (director de fotografía) H. Goff (diseñador y escenógrafo) y E. Williams (supervisor de montaje) sin olvidar a intérpretes como Tony Curtís, Ernest Borgnine y una preciosa Janet Leigh en el papel de la princesa británica I lorgana. En cuanto a Scarface (1932) estrenada en su época en España con el título de El terror del hampa tuvo muchas más dificultades con el organismo de autocensura industrial de Hollyw ood que con el gángster Al Capone, en cuya figura se inspiraba. Un jovencísimo Howard Hughes produjo el filme en el marco de Caddo Company, con distribución a cargo de United Artists. Se sucedieron varios guionistas, entre los que destacan el gran Ben Hecht y el novelista W. R. Burnett. El director fue mi realizador favorito, Howard Hawks, quien alcanzaría con Scarface una de sus cumbres estéticas y la mejor película de gángsters de la historia del cine. El enfoque del mundo gangsteril integraba una doble analogía: con el ascenso del fascismo y con los Borgia. En ambos estudios, y como fruto de palpables esfuerzos de investigación y de su condición de connaisseur español número uno de la Golden Age, Coma ofrece numerosas informaciones con escasa difusión hasta el presente, incluso entre los cinefilos. En este sentido, su libro es novedoso y supera anteriores análisis sobre las mismas cintas. No en vano Coma ha publicado un montón de espléndidos libros en los últimos años, entre los que destacan seis diccionarios: de la novela negra norteamericana, del cine negro, de los cómics, del cine de aventuras, de filmes míticos y del western clásico. Luis Alberto de CUENCA